miércoles, 21 de enero de 2015

Un perro corriente


Soy un perro corriente. Ladro, meo en las esquinas, huelo culos, muerdo zapatillas, lo normal. Mi dueño me saca a pasear a las siete la mañana. Creo que más que hacerlo por mis necesidades básicas lo hace por ese cigarrito furtivo que se fuma. No me molesta la hora. Madrugo porque me gusta el olor a café y tostadas. Las orejas se me ponen de punta. Ahora caen gotas. No me gusta cuando llueve. Se me humedecen las almohadillas y me da la artrosis. Pero mi dueña pasa de poner periódicos por la casa. No meo en ellos aunque ganas me dan. Las noticias que leo son un asco. La infanta se libra. La pantoja no. Y el yonqui del barrio cumple condena cinco años por escupir al alcalde. A mí me gustan las páginas de contactos. Esas sí que me entusiasman. Perritas calientes. Guau. Se me ponen los pelos como escarpias. Damos otra vuelta. El pienso nuevo del Mercadona me extriñe. Subimos a casa. Parece que lo intentaré más tarde. Mis dueños se cruzan en el pasillo. No se miran. Ya no tienen nada que decirse. Por fin en la alfombra. A dormir hasta las tres. Me despierto con la boca seca. Me acerco al bol, hay pelos flotando ¡Qué asco! Bebo deprisa, no quiero verlo. No hay pienso. Giro la cabeza a ver si mi dueña se compadece. No lo hace. Me acerco y me tumbo a sus pies. Se levanta y coge la correa. Lo que quiero es comer. Le pongo cara de pena. No lo entiende. Se pone los zapatos y a la calle. Parece que vamos al parque. Ahora sí que estoy contento. ¡Dichoso rabo delator! Llegamos y se enciende un cigarro. Vaya, otra furtiva. Hay dos chihuahuas y una caniche. Una caniche de pelo largo, blanco y sedoso. Es perfecta. Me hago el interesante y no me acerco. A los diez minutos la tengo encima olisqueando. Es preciosa. Jugamos un rato. Su dueño la llama y se va sin despedirse. Me he enamorado.

Nosotros también nos vamos a casa. Yo otra vez a la alfombra. Me quedo dormido. Me despierta un cosquilleo. Abro un ojo. Me pica la oreja. Me pica el lomo. Me pica todo. No paro de rascarme y mi dueña me inspecciona. Parece que ha encontrado algo.
—Manolo, Diós mío, ven aquí.
—¿Qué pasa, Antonia?
—Mira. Mira, Manolo. Le esta creciendo algo ahí. Ahí al lado de la pata.
—Antonia pero si es una...m...
—Mano. Es una mano.
Tanto escándalo por una mano. Yo creía que tenía pulgas. Ellos tienen manos y yo no chillo. Me llevan al veterinario que confirma estupefacto que, verdaderamente, es una mano. Tengo cinco dedos brotando al  lado de la pata.

Hoy he pasado la noche inquieto. Me picaba la mano y no he parado de mover los dedos. Parece que han crecido más. La pata la estoy perdiendo. Cada vez que la miro es más pequeña. Son las siete y mis dueños se levantan juntos. Eso no pasaba desde la guerra. Me miran. Se acercan a mi pata. Mi dueña me coge la mano. Un placer señora. Se la estrecho. Bajamos al parque los tres. Espero encontrarme a la caniche. No está. Olisqueo un rato el regalito del pitbull. Es el guaperas del barrio pero tiene pulgas y todos lo sabemos. Subimos por la escalera. Me duele la mano. Está colorada y sucia. Mi dueña se va a la cocina a por un cubo con agua. Mi dueño la sigue y cuchichean. No oigo lo que dicen. Vienen los dos a lavarme la mano. Gritan. Ambos. Parece que tengo otra mano brotando. Se miran. Dudan de si volver al veterinario. Al final duermo en la alfombra hasta las tres.

Hoy ya han pasado dos días desde mi primera mano. Las patas delanteras se largaron. Me las busco pero no están. Parece que no vamos a bajar a la calle. Mi dueña me ha puesto un barreño con arena. Se habrá vuelto loca ¿se pensará que soy un gato? No me gusta y paso sin mirarlo. A las ocho de la tarde no puedo aguantar más y lo hago en el parquet. Lo pongo perdido y mi dueño corre a limpiarlo antes de que lo tenga que hacer ella. Curioso. Me riñen y me bañan. Esto es novedad. El spa está a dos manzanas, nunca he probado esta ducha. Están muy raros. Mi dueño prepara una toalla en el salón cerca del radiador. Se arrodillan los dos y vuelven los gritos. Ya sé, ya sé, otras manos. Parece que no, que son dos pies. Ellos aplauden. Creo que están perdiendo la cabeza.

Me despierto de madrugada con hormigueo en las manos. Una mala postura. Me rasco y me quito las lagañas con un dedo. Esto es vida. Pasa el día sin incidentes. Ya me he acostumbrado a hacerlo en la caja de gato. Duermo lo que me parecen días. Cuando me escapo del sueño estoy entumecido. Al frente mis dueños con la boca abierta. Me miran como a un bicho raro. Me levanto para darles la espalda , me tambaleo y caigo al suelo. Resulta que ahora tengo piernas y tengo brazos. Son cortos y rechonchos. Mi dueña me sonríe, se arrodilla y me abraza. Llora. Mi dueño la abraza con una sonrisa boba. Gateo a cuatro patas por el pasillo y bebo. Más pelos en el agua. Mi dueña se pasa el día con la aspiradora. Él cocinando y haciendo la colada. Esta gente no está bien.

He sentido el frío. Miro a mi derecha. El radiador sigue encendido. Estoy helado. Son las siete y ya huele el café. Huelen las tostadas. Voy hasta la cocina con la esperanza de pillar alguna miga. Levanto la cabeza. Qué bien huele. No puedo verlas pero están ahí. Me estiro, me tambaleo y consigo ponerme en pie. Con las manos me agarro a la encimera y por fin las veo. Ahí están. Dos rebanadas perfectas, calientes y humeantes. Alargo el brazo y cojo una. Me escapo corriendo al salón. No me ha visto nadie. Me meto debajo de la mesa y me como el pan como si no hubiera un mañana. Aparece la loca y me coge en brazos. Estoy muy lejos del suelo. Tengo vértigo. Me acuna. Sus brazos son cálidos. Canta y se balancea y me quedo dormido.

Por la tarde abro los ojos en el sofá. Esto sí que es un lujo. Maravillas de la viscoelástica. Ya no tengo frío. Me desperezo, estiro los brazos y me quito las lagañas. He chocado con algo. Mi hocico no está. En su lugar una nariz. Esto tengo que verlo. Respiro e hincho las aletillas mientras voy en busca del espejo. Delante del cristal, me siento triste por primera vez en mi vida. Mi pelo se ha caído. Noto un nudo en la garganta. Dos lágrimas brotan de mis ojos. Soy calvo. A los séis años ya soy calvo. Estoy deprimido y me acuesto en el sofá.

Me despierto con murmullos y risas de fondo. Oigo a mis dueños en algún lugar. Parece que están en el dormitorio. Bajo del sofá y doy vueltas al salón. Aparece mi dueña abrochándose la bata. Lleva el pelo revuelto y una sonrisa que no entiendo. Detrás él, con el mismo gesto. Creo que no tardaré en ver cómo se los llevan al manicomio. Paso de ellos y corro hasta el pasillo. Miro alrededor ¿y mi pienso? ¡Oh, mierda! Tampoco hay agua. Mi dueña sale de la cocina y me pone un vaso en una mano y un sándwich en la otra. Bien. Me lo como como las balas y me bebo el agua. Los dos me dan las manos, me llevan hasta una habitación. Me suben en la cama. Me arropan. Se sientan a mis pies y me sonríen. Se sonríen. De nuevo desaparecen en su dormitorio.

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