viernes, 12 de septiembre de 2014

Una yonqui cualquiera



Con el sabor del fin de semana en el cielo del paladar, me senté, dejé reposar los posos de la ilusión, cogiendo las fuerzas necesarias para incluir en este capítulo de mi vida la pluma que trazo a trazo dibuja mis temores y anhelos.

Suspirando por la rabia contenida. Por las horas que no tengo y embaucan a los sueños venideros. Disimulando la impotencia que se siente cuando los minutos, como el agua entre las manos, se te escapan.

Construyendo la paciencia para seguir al pie de este castillo de naipes. Condenada en el infierno del poder de las letras que se escapan de mis manos. Esposada como los presos, maniatada y resignada al fin, a sabiendas que es imposible escapar de ellas, se llamen como se llamen.

Un deseo que aparece mientras duermes, cuando despiertas, a todas horas. La sensación de sentir que tienes algo que contar y vomitas una tras otra las palabras que envuelven la idea que te domina, sin control, atropelladas, arrastradas por el aire de una voz que es del papel y no la tuya, viscerales, delatoras, cobardes en el instante, valientes en la distancia, envenenadas de verdad, borrachas del placer que las provoca y ¡condenadamente tuyas!

Y cuando envuelta queda la idea, suspendida, flotando en el núcleo de lo escrito, se cierra el ciclo adictivo de una composición que empieza, termina y encaja.

Pero al llegar a su fin, de nuevo llega el vacío que te queda al liberar a las que te amenazaban con el puñal. Y a esperar a que otra vez, se llene la vasija de ellas para poder volver a sentir que flotas en su infierno de adicción y, ¡otra vez a temblar! A temblar mientras terminas, aguardando a que el jamelgo del tiempo y de las ganas te abastezca y te lo bebas de golpe, de un trago largo. Y cuando lo hace, llega la serenidad y vuelas en el  aire.

Me metí unas cuantas líneas, que no rayas, pagué al camello por adelantado pero estoy absolutamente segura de que mañana, querré más.